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Es posible que haya sido María misma quien le contó a Pablo, que la conoció, la historia de la Anunciación que cuenta Lucas en su Evangelio —Lucas era amigo y discípulo de Pablo—. Pero para eso habría que creer que existió María, que concibió sólo escuchando la palabra de Dios de la boca de un ángel. O hay que creer que María lo creía. En el acto de la Anunciación no hubo testigos. Lo que quiera que sepamos del momento mismo en que la concepción del niño es anunciada, fue lo que María dijo que había pasado. Los trece versos del poema de Lucas son maravillosos: «Fue durante el sexto mes que Dios le envió al ángel Gabriel a una doncella casada con un hombre llamado José, descendiente del rey David. El nombre de la virgen era María y estaba en una ciudad de Galilea que se llamaba Nazaret. Y entrando le dijo: ‘Salve. Estás llena de la gracia de Dios y Él está contigo’. Las palabras la perturbaron y se quedó pensando qué podría significar un saludo como ese. El Ángel le dijo: ‘No tengas miedo, María, porque has hallado misericordia a los ojos de Dios y vas a concebir en el vientre y vas a dar a luz a un hijo a quién debes llamar Jesús. Será grande, será llamado Hijo del Altísimo’. María le respondió al ángel: ‘¿Cómo puede pasar esto si soy virgen?’ El ángel le respondió: ‘El Espíritu Santo va a venir sobre ti y el poder del Altísimo va a cubrirte con su sombra’. ‘Mira’, siguió el ángel, ‘tu pariente Isabel, a la que llamaban estéril, concibió un hijo en su vejez y ya va en su sexto mes’. Dijo María: ‘Soy la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra’. Y el ángel, dejándola, se fue».Lucas hizo una operación genial en su Evangelio: intervino la historia colocando a María en el centroHay solo dos descripciones de lugar en el relato. El ángel ‘entra’, lo cual quiere decir que María estaba en casa, en Nazaret, Galilea. Hay una marca temporal: el sexto mes. No es el sexto mes del año sino el sexto mes de la concepción de Juan el Bautista, el primo de Jesús—hijo de Isabel—. El libro de Lucas cuenta, antes de la Anunciación, otro milagro: Isabel, una mujer mayor, pariente de María, gesta un hijo —como Sarah había gestado a Isaac—, el primogénito de su matrimonio con Abraham cuando hacía ya mucho que dejó de menstruar. La Biblia es como un huevo: una elipse que demuestra mediante sí misma. Lo de después comprueba que lo de antes es cierto y viceversa. En el relato de la Anunciación de Lucas hay sólo dos personajes. Gabriel, el brazo de Dios, y María, una virgen que se ha casado solo simbólicamente con José a su salida del templo. Es por eso, porque no se esperaba que José y María concibieran, que en el Evangelio de Mateo, el viejo decide repudiarla en secreto. Pero José no es un personaje en la historia que escribió Lucas, apenas aparece mencionado. Lucas hizo una operación genial en su Evangelio: intervino la historia colocando a María en el centro. Como era griego y venía de un mundo en el que había sacerdotisas y no sólo rabinos, admitió a la otra mitad de la humanidad en la historia del Dios a cuyo culto se había convertido gracias a Pablo y le concedió un rol preponderante. Aquí pensar en las ‘Confesiones’ de San Agustín ; en los primeros cristianos, que eran sobre todo cristianas: la nueva fe se transmitía de madres a hijas e hijos. El ángel no es un varón, es un ángel. Y Jesús, como José, tampoco aparece en el relato, es otro personaje sólo referido por nombre. Irrumpe en la historia después de la Anunciación, el día de Navidad, que es la semana que entra.

 

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