mayer.deion
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La directora de cine Mona Achache tenía apenas 14 años cuando el hombre que era pareja de Juan Goytisolo se colaba en su habitación para abusar de ella. Ocurría durante sus vacaciones en Marraquech, adonde ella iba junto a su madre, Carole Achache, para visitar al padrastro de esta en su casa de la ciudad marroquí. Goytisolo era para ella no tanto uno de los grandes escritores españoles del siglo XX, voz potente de la literatura española desde los años cincuenta, sino simplemente su abuelastro. Un abuelastro que, según relata ella en su película Little Girl Blue y en entrevista con EL PAÍS, consintió y pidió silencio. Al igual que su madre.
Mona Achache (París, 43 años) no solo ha desvelado en su película —que se puede ver en Filmin— este episodio que atañe al escritor español, sino que traza un escalofriante relato sobre los abusos que sufrieron tres generaciones de mujeres (ella, su madre y su abuela) dentro de un contexto de una tolerancia extrema ligada especialmente a la intelectualidad francesa y la mitificación del genio. El sexo forzado con menores como privilegio de una clase escogida e incuestionable que gozaba de impunidad social.
Pregunta. ¿Por qué hizo esta película?
Respuesta. Para responder al enigma del suicidio de mi madre.
Mona Achache responde desde su casa en París entre jornadas de montaje y preparación de su siguiente proyecto. De antemano, advierte de que no quiere dar más detalles de su episodio de abusos que los que están en pantalla. Pero acepta hablar, reflexionar. Y explica el origen de la película Little Girl Blue (así llamada por una canción de Janis Joplin que la acompaña), que se presentó en mayo en el festival de Cannes fuera de competición: cuando murió su madre, que se ahorcó en 2016 junto a su biblioteca a los 63 años, Mona Achache encontró 26 cajas de archivos llenos de fotos, audios y grabaciones que desconocía por completo. “Mi madre no dejó una carta de despedida, sino 26 cajas”.
Y fue así como empezó a conocerla de verdad. Y a comprenderla. “Al abrirlas encontré fotos de ella muy joven, sublime, llena de libertad, de insolencia, muy en contradicción con la dilapidación física en la que cayó. Y necesité comprender su itinerario. Ella misma había investigado su propia infancia y esa voz y esas fotos me dieron ganas de hacerla revivir”. Para ello, la directora de películas como El erizo (a partir de La elegancia del erizo, de Muriel Barbery) o Corazones valientes, contactó con Marion Cottillard, que prestó su cuerpo y su voz para “desenterrar” a la fallecida Carole Achache y devolverla a la vida en un filme que combina técnicas de documental y ficción. Ella es el eje sobre el que pivotarán también las vidas de las tres generaciones de mujeres.
Desde el principio, su padre intentó disuadirla: “Estás cargando con un peso que no deberías. Tu futuro no está ahí. Tu madre nunca logró desembarazarse de eso y eso fue lo que la volvió loca. Tu energía debe estar en otro sitio, no en un intento de comprender lo incomprensible”, le advierte en la propia película. Pero: ¿Qué era aquello que la volvió loca, lo “incomprensible”? Lo que descubrió Mona Achache es que su madre había sufrido abusos reiterados desde niña por parte del escritor Jean Genet, unos abusos consentidos por su propia madre, Monique Lange, la esposa de Juan Goytisolo.
Vayamos entonces más atrás: Carole Achache nace en 1952 y crece en el ambiente más selecto y desafiante de París, marcado por un “deseo loco de libertad”, como escribió ella misma; es hija de la escritora y editora de Gallimard Monique Lange, e hijastra de Goytisolo, que la quiere y trata como a una hija propia. La referencia a su verdadero padre es una carta en la que este aconseja a su madre cómo abortar: “Cuatro inyecciones de dos ampollas por dosis. Al noveno día tiene que dar resultado. Debes decidir. Destruye esta carta”.
Pero ella nació, vivió y participó de un ambiente en el que el colegio o el juego infantil eran lo de menos. Los días y noches estaban llenos de charlas vibrantes, fiestas y encuentros con la crème de la crème de la intelectualidad parisina, desde Marguerite Duras a Albert Camus, Violette Leduc o Jean Genet. Tenía solo 11 años cuando Genet la empezó a citar e invitar a su hotel. La desafía, le impone retos sexuales, compara sus felaciones con las de sus amantes para afearla y retarla. Mientras, su madre se siente orgullosa de que su hija haya sido elegida por el genio. La vida, además, ha puesto a Monique Lange ante una situación inesperada: su marido, Juan Goytisolo, le ha confesado su homosexualidad y sus relaciones con hombres árabes y ella, según los testimonios recogidos, empieza a renunciar a su vida sexual cuando su hija Carole empieza a tener la suya. “Vivía su sexualidad a través de mí. Es como si nos fusionáramos en un mismo ser”, dirá Carole. Genet la destruyó —reconoce— como hizo con su gran amor, un funambulista al que animaba a actuar de forma más y más peligrosa hasta que se accidentó y luego se suicidó. A partir de los 16 años, en pleno Mayo del 68, Carole Achache empezará a colarse por los agujeros del ácido, la heroína y la prostitución, muy lejos de unos estudios que ya burló desde que iba a visitar a Genet a su hotel.
P. Su padre le advirtió de que hacer esta película le iba a hacer cargar con un peso muy grande. ¿Ha sido así?
R. Sí, pero todas las familias que portan secretos de familia viven bajo ese peso, sea tangible o invisible. Se hable de ellos o no, los traumas se transmiten de generación en generación y, llevados en silencio, son pesados. Algunos creen que, manteniendo esos silencios, el peso se evapora. Yo he decidido abrir esa caja simbólicamente y revelar esas historias para intentar comprender. Mi abuela transmitió a mi madre ese peso y mi madre a mí. Yo me veía transmitiéndoselo a mi entorno y a mis hijas y pensé: hace falta parar, tenía que cortar esa idea de maldición que nos perseguía. Por ello quise escribir sobre mi madre para comprenderla, con la esperanza de que esta película sea también un punto final y evite a mis hijos la carga recibida. Que puedan comprender de dónde vienen, pero sin portar ese peso.
Y es que hay que ir aún más lejos para entender la maldición: si la niña Carole Achache sufrió abusos de Jean Genet con la complicidad de su propia madre, Monique Lange, esta había sido violada por una manada de hombres en los Sanfermines en los cincuenta. Y aquel espíritu de “maldición” familiar se trasladó de abuela a madre y de madre a hija como una cadena imparable en la que ellas solo debían aceptar. “El fantasma de los abusos a mi abuela sobrevoló mi infancia hasta el punto de que crecí con la idea tácita de que me acabaría pasando lo mismo. Porque siempre pasaba. Y que no era un drama, una tragedia, sino una fatalidad, un rito iniciático inevitable”, asegura la propia Mona Achache en la película.
Y eso llegó. Cuando Amir, como llama Achache al hombre que fue pareja de Goytisolo con la intención de mantener su anonimato, empezó a colarse en su habitación en las vacaciones en Marraquech, a los 14 años, Mona Achache se sintió incapaz de decir que no. Al contárselo a su madre, esta se derrumbó y le dijo que sabía que le pasaría, como a ella le había pasado, “porque las mujeres de nuestra familia están malditas”. Juan Goytisolo le dijo entonces que lo mantuviera en silencio. “No le hice caso y rompí mi relación con Juan para salvar la que él tenía con Amir”. Pero descubrió que su madre sí mantuvo la relación con su padrastro, repitiendo las ambigüedades de su propia madre. “Soy un pedazo de mierda eterna a los ojos de mi hija”, dirá después Carole, solo en las cajas que descubrió Mona Achache décadas después, según relata el filme.
P. ¿Le ha servido hacer la película?
R. Claramente sí, ha sido una experiencia salvadora y terapéutica. Es un punto final a una carga de dolor que yo debía comprender para avanzar mejor. Mis hijas mayores [23 y 18 años, el pequeño tiene 10] la han visto y las he visto capaces de ver la historia de su abuela con orgullo y una distancia muy salvadora para ellas. Ha sido la forma de transmitirles su historia familiar. Las veo capaces de tomar lo que hay de bueno y dejar el resto, de tener claves para comprender a su propia abuela.
P. Y usted, ¿ha logrado comprender?
R. Sí, he conseguido comprender aceptando la dimensión ambivalente de esta historia. Lo interesante es que la conclusión no puede nunca ser simplista, toda esa gente a la vez se amaba y se hacía daño, se admiraba y se destruía.
P. ¿Ya no cree en esa maldición?
R. No, no, en absoluto. Esa era la historia. Mi madre me decía que las mujeres estamos malditas. Ella creía en esa maldición y yo he crecido sintiéndome condenada. Lo sentía con una dimensión casi divina, superior, que superaba todo. Y lo que este trabajo me ha permitido comprender es que no hay maldiciones, sino condicionamientos que llevan a repetir los traumas. No creo en la maldición.
Mona Achache creció ignorando el pasado de su madre y hoy ha logrado entender cómo ella construyó su feminidad entre dos extremos de sexualidad: “Yo sabía que mi abuela había abdicado de la sexualidad y ahora he sabido el pasado de prostitución de mi madre. Descubrirlo me ha dado claves sobre la forma en que fui educada como mujer”.
El caso de Mona y Carole Achache, que no es sino el caso de los abusos de la pareja de Goytisolo y de Jean Genet con el consentimiento de los adultos responsables, engarza con una atmósfera de tolerancia extrema a la pederastia que se ha destapado en Francia a través de libros como El consentimiento, de Vanessa Springora, que narra los abusos del escritor y pedófilo confeso Gabriel Matzneff; La familia grande, de Camille Kouchner, hija del exministro Bernard Kouchner, sobre los abusos del politólogo Olivier Duhamel a su hermano gemelo; o Nada se opone a la noche, en el que Delphine de Vigan descubre el incesto que su abuelo impuso a su hija (madre de la autora), que también se suicidó. En su caso, era un empresario de la comunicación.
“No creo que deliberadamente hubiera tolerancia a los abusos, pero había una idea de libertad difícil de delimitar. Más allá de que esa libertad se convirtiera en abuso a un menor, había sobre todo un culto al genio literario que permitía todo”, asegura Mona Achache. “No era tanto una cuestión de libertad a cualquier precio, sino de una libertad que se aceptaba bajo el principio de la genialidad. Mi abuela tenía una pasión loca por Jean Genet y le habría dado todo, incluso a su hija”.
P. ¿Usted conoció a Genet?
R. No, en absoluto. Mi madre cortó la relación con él y eso fue siempre difícil de comprender para mí. No sabía por qué había roto los puentes, por qué le admiraba tanto a la vez, por qué había fotos con él en la casa de mi abuela. Y he podido comprender que una cosa no contradice la otra. Ella decía que Genet le había estructurado su inteligencia. Sentía admiración y rechazo por la misma persona.
P. Entonces, ¿era un privilegio que un intelectual como él le prestara atención, que la eligiera?
R. Sí, por esa idea del genio. Él estaba situado en un plano superior y eso no excluía la conciencia de la dimensión abusiva de la relación. Mi madre sabía que esa relación la había destruido y a la vez se sentía privilegiada por haber sido elegida por un hombre como él. Es la paradoja: aceptar la dimensión abusiva y reconocer que se siente privilegiada por una relación particular.
P. ¿Ha perdonado a su madre?
R. Claro que perdono. Pero este trabajo no es un juicio. Hablamos de Genet, de Goytisolo, de Monique Lange. Yo quería describir lo bueno y lo malo de todas esas personas. No estoy ahí para juzgar, lo que quería era intentar comprender, explorar esa ambivalencia, esa pasión, esa contradicción, por qué se puede tener pasión y asco por una misma persona. Estas historias están llenas de matices y es difícil avanzar con un veredicto simplista sobre ellas.
P. Usted rompió la relación con Goytisolo, con su abuelo. ¿Nunca se reconcilió o le perdonó?
R. Lo que quiero decir de esta relación está en la película. Cuando digo que corté, no quiere decir que yo reniegue de los afectos hacia él. Necesito esa distancia y cuando cortas una relación no significa que cortas el hilo de amor. Yo le vi un poco antes de su muerte. El lazo se había roto, pero no la complejidad de ese sentimiento. Como diría mi madre, paradójicamente era alguien admirable que a la vez no tuvo el comportamiento que me habría parecido justo en algunos episodios de nuestras vidas.
P. ¿Le han llegado reacciones tras la película?
R. Para empezar, muchos de ellos han muerto. Y la película no es un lugar de juicio, vuelvo sobre este matiz. No digo que lo ocurrido no sea atacable, pero yo no intento atacar. Intento comprender. La película es un claro deseo de comprensión. De apaciguamiento. No me han llegado reacciones hostiles. Por el contrario, todos los que han vivido esa época llevan sobre ellos la carga de esta ambivalencia, una forma de culpabilidad por no haber sabido o podido reaccionar tal y como la moral postMetoo nos permite hoy hacer, hablando de manera tranquila, en calma, intentando comprender. Es así como se avanza, no incriminando, no juzgando, sino intentando comprender para transmitir mejor.
Goytisolo, fallecido en 2017, un año después del suicidio de su hijastra (que no llegó a cenar con él, como habían quedado en París), no puede dar su versión. Y el intento de contactar con su antigua pareja marroquí ha sido infructuoso. Fuentes de su entorno en Marraquech, no obstante, confirman el episodio. Quién sabe si hablará de todo ello en el libro inédito que dejó en manos de la Agencia Balcells para que sea publicado 20 años después de su muerte. Hasta 2037, pues.
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Mona Achache (París, 43 años) no solo ha desvelado en su película —que se puede ver en Filmin— este episodio que atañe al escritor español, sino que traza un escalofriante relato sobre los abusos que sufrieron tres generaciones de mujeres (ella, su madre y su abuela) dentro de un contexto de una tolerancia extrema ligada especialmente a la intelectualidad francesa y la mitificación del genio. El sexo forzado con menores como privilegio de una clase escogida e incuestionable que gozaba de impunidad social.
Pregunta. ¿Por qué hizo esta película?
Respuesta. Para responder al enigma del suicidio de mi madre.
Mona Achache responde desde su casa en París entre jornadas de montaje y preparación de su siguiente proyecto. De antemano, advierte de que no quiere dar más detalles de su episodio de abusos que los que están en pantalla. Pero acepta hablar, reflexionar. Y explica el origen de la película Little Girl Blue (así llamada por una canción de Janis Joplin que la acompaña), que se presentó en mayo en el festival de Cannes fuera de competición: cuando murió su madre, que se ahorcó en 2016 junto a su biblioteca a los 63 años, Mona Achache encontró 26 cajas de archivos llenos de fotos, audios y grabaciones que desconocía por completo. “Mi madre no dejó una carta de despedida, sino 26 cajas”.
Y fue así como empezó a conocerla de verdad. Y a comprenderla. “Al abrirlas encontré fotos de ella muy joven, sublime, llena de libertad, de insolencia, muy en contradicción con la dilapidación física en la que cayó. Y necesité comprender su itinerario. Ella misma había investigado su propia infancia y esa voz y esas fotos me dieron ganas de hacerla revivir”. Para ello, la directora de películas como El erizo (a partir de La elegancia del erizo, de Muriel Barbery) o Corazones valientes, contactó con Marion Cottillard, que prestó su cuerpo y su voz para “desenterrar” a la fallecida Carole Achache y devolverla a la vida en un filme que combina técnicas de documental y ficción. Ella es el eje sobre el que pivotarán también las vidas de las tres generaciones de mujeres.
Desde el principio, su padre intentó disuadirla: “Estás cargando con un peso que no deberías. Tu futuro no está ahí. Tu madre nunca logró desembarazarse de eso y eso fue lo que la volvió loca. Tu energía debe estar en otro sitio, no en un intento de comprender lo incomprensible”, le advierte en la propia película. Pero: ¿Qué era aquello que la volvió loca, lo “incomprensible”? Lo que descubrió Mona Achache es que su madre había sufrido abusos reiterados desde niña por parte del escritor Jean Genet, unos abusos consentidos por su propia madre, Monique Lange, la esposa de Juan Goytisolo.
Vayamos entonces más atrás: Carole Achache nace en 1952 y crece en el ambiente más selecto y desafiante de París, marcado por un “deseo loco de libertad”, como escribió ella misma; es hija de la escritora y editora de Gallimard Monique Lange, e hijastra de Goytisolo, que la quiere y trata como a una hija propia. La referencia a su verdadero padre es una carta en la que este aconseja a su madre cómo abortar: “Cuatro inyecciones de dos ampollas por dosis. Al noveno día tiene que dar resultado. Debes decidir. Destruye esta carta”.
Pero ella nació, vivió y participó de un ambiente en el que el colegio o el juego infantil eran lo de menos. Los días y noches estaban llenos de charlas vibrantes, fiestas y encuentros con la crème de la crème de la intelectualidad parisina, desde Marguerite Duras a Albert Camus, Violette Leduc o Jean Genet. Tenía solo 11 años cuando Genet la empezó a citar e invitar a su hotel. La desafía, le impone retos sexuales, compara sus felaciones con las de sus amantes para afearla y retarla. Mientras, su madre se siente orgullosa de que su hija haya sido elegida por el genio. La vida, además, ha puesto a Monique Lange ante una situación inesperada: su marido, Juan Goytisolo, le ha confesado su homosexualidad y sus relaciones con hombres árabes y ella, según los testimonios recogidos, empieza a renunciar a su vida sexual cuando su hija Carole empieza a tener la suya. “Vivía su sexualidad a través de mí. Es como si nos fusionáramos en un mismo ser”, dirá Carole. Genet la destruyó —reconoce— como hizo con su gran amor, un funambulista al que animaba a actuar de forma más y más peligrosa hasta que se accidentó y luego se suicidó. A partir de los 16 años, en pleno Mayo del 68, Carole Achache empezará a colarse por los agujeros del ácido, la heroína y la prostitución, muy lejos de unos estudios que ya burló desde que iba a visitar a Genet a su hotel.
P. Su padre le advirtió de que hacer esta película le iba a hacer cargar con un peso muy grande. ¿Ha sido así?
R. Sí, pero todas las familias que portan secretos de familia viven bajo ese peso, sea tangible o invisible. Se hable de ellos o no, los traumas se transmiten de generación en generación y, llevados en silencio, son pesados. Algunos creen que, manteniendo esos silencios, el peso se evapora. Yo he decidido abrir esa caja simbólicamente y revelar esas historias para intentar comprender. Mi abuela transmitió a mi madre ese peso y mi madre a mí. Yo me veía transmitiéndoselo a mi entorno y a mis hijas y pensé: hace falta parar, tenía que cortar esa idea de maldición que nos perseguía. Por ello quise escribir sobre mi madre para comprenderla, con la esperanza de que esta película sea también un punto final y evite a mis hijos la carga recibida. Que puedan comprender de dónde vienen, pero sin portar ese peso.
Y es que hay que ir aún más lejos para entender la maldición: si la niña Carole Achache sufrió abusos de Jean Genet con la complicidad de su propia madre, Monique Lange, esta había sido violada por una manada de hombres en los Sanfermines en los cincuenta. Y aquel espíritu de “maldición” familiar se trasladó de abuela a madre y de madre a hija como una cadena imparable en la que ellas solo debían aceptar. “El fantasma de los abusos a mi abuela sobrevoló mi infancia hasta el punto de que crecí con la idea tácita de que me acabaría pasando lo mismo. Porque siempre pasaba. Y que no era un drama, una tragedia, sino una fatalidad, un rito iniciático inevitable”, asegura la propia Mona Achache en la película.
Y eso llegó. Cuando Amir, como llama Achache al hombre que fue pareja de Goytisolo con la intención de mantener su anonimato, empezó a colarse en su habitación en las vacaciones en Marraquech, a los 14 años, Mona Achache se sintió incapaz de decir que no. Al contárselo a su madre, esta se derrumbó y le dijo que sabía que le pasaría, como a ella le había pasado, “porque las mujeres de nuestra familia están malditas”. Juan Goytisolo le dijo entonces que lo mantuviera en silencio. “No le hice caso y rompí mi relación con Juan para salvar la que él tenía con Amir”. Pero descubrió que su madre sí mantuvo la relación con su padrastro, repitiendo las ambigüedades de su propia madre. “Soy un pedazo de mierda eterna a los ojos de mi hija”, dirá después Carole, solo en las cajas que descubrió Mona Achache décadas después, según relata el filme.
P. ¿Le ha servido hacer la película?
R. Claramente sí, ha sido una experiencia salvadora y terapéutica. Es un punto final a una carga de dolor que yo debía comprender para avanzar mejor. Mis hijas mayores [23 y 18 años, el pequeño tiene 10] la han visto y las he visto capaces de ver la historia de su abuela con orgullo y una distancia muy salvadora para ellas. Ha sido la forma de transmitirles su historia familiar. Las veo capaces de tomar lo que hay de bueno y dejar el resto, de tener claves para comprender a su propia abuela.
P. Y usted, ¿ha logrado comprender?
R. Sí, he conseguido comprender aceptando la dimensión ambivalente de esta historia. Lo interesante es que la conclusión no puede nunca ser simplista, toda esa gente a la vez se amaba y se hacía daño, se admiraba y se destruía.
P. ¿Ya no cree en esa maldición?
R. No, no, en absoluto. Esa era la historia. Mi madre me decía que las mujeres estamos malditas. Ella creía en esa maldición y yo he crecido sintiéndome condenada. Lo sentía con una dimensión casi divina, superior, que superaba todo. Y lo que este trabajo me ha permitido comprender es que no hay maldiciones, sino condicionamientos que llevan a repetir los traumas. No creo en la maldición.
Mona Achache creció ignorando el pasado de su madre y hoy ha logrado entender cómo ella construyó su feminidad entre dos extremos de sexualidad: “Yo sabía que mi abuela había abdicado de la sexualidad y ahora he sabido el pasado de prostitución de mi madre. Descubrirlo me ha dado claves sobre la forma en que fui educada como mujer”.
El caso de Mona y Carole Achache, que no es sino el caso de los abusos de la pareja de Goytisolo y de Jean Genet con el consentimiento de los adultos responsables, engarza con una atmósfera de tolerancia extrema a la pederastia que se ha destapado en Francia a través de libros como El consentimiento, de Vanessa Springora, que narra los abusos del escritor y pedófilo confeso Gabriel Matzneff; La familia grande, de Camille Kouchner, hija del exministro Bernard Kouchner, sobre los abusos del politólogo Olivier Duhamel a su hermano gemelo; o Nada se opone a la noche, en el que Delphine de Vigan descubre el incesto que su abuelo impuso a su hija (madre de la autora), que también se suicidó. En su caso, era un empresario de la comunicación.
“No creo que deliberadamente hubiera tolerancia a los abusos, pero había una idea de libertad difícil de delimitar. Más allá de que esa libertad se convirtiera en abuso a un menor, había sobre todo un culto al genio literario que permitía todo”, asegura Mona Achache. “No era tanto una cuestión de libertad a cualquier precio, sino de una libertad que se aceptaba bajo el principio de la genialidad. Mi abuela tenía una pasión loca por Jean Genet y le habría dado todo, incluso a su hija”.
P. ¿Usted conoció a Genet?
R. No, en absoluto. Mi madre cortó la relación con él y eso fue siempre difícil de comprender para mí. No sabía por qué había roto los puentes, por qué le admiraba tanto a la vez, por qué había fotos con él en la casa de mi abuela. Y he podido comprender que una cosa no contradice la otra. Ella decía que Genet le había estructurado su inteligencia. Sentía admiración y rechazo por la misma persona.
P. Entonces, ¿era un privilegio que un intelectual como él le prestara atención, que la eligiera?
R. Sí, por esa idea del genio. Él estaba situado en un plano superior y eso no excluía la conciencia de la dimensión abusiva de la relación. Mi madre sabía que esa relación la había destruido y a la vez se sentía privilegiada por haber sido elegida por un hombre como él. Es la paradoja: aceptar la dimensión abusiva y reconocer que se siente privilegiada por una relación particular.
P. ¿Ha perdonado a su madre?
R. Claro que perdono. Pero este trabajo no es un juicio. Hablamos de Genet, de Goytisolo, de Monique Lange. Yo quería describir lo bueno y lo malo de todas esas personas. No estoy ahí para juzgar, lo que quería era intentar comprender, explorar esa ambivalencia, esa pasión, esa contradicción, por qué se puede tener pasión y asco por una misma persona. Estas historias están llenas de matices y es difícil avanzar con un veredicto simplista sobre ellas.
P. Usted rompió la relación con Goytisolo, con su abuelo. ¿Nunca se reconcilió o le perdonó?
R. Lo que quiero decir de esta relación está en la película. Cuando digo que corté, no quiere decir que yo reniegue de los afectos hacia él. Necesito esa distancia y cuando cortas una relación no significa que cortas el hilo de amor. Yo le vi un poco antes de su muerte. El lazo se había roto, pero no la complejidad de ese sentimiento. Como diría mi madre, paradójicamente era alguien admirable que a la vez no tuvo el comportamiento que me habría parecido justo en algunos episodios de nuestras vidas.
P. ¿Le han llegado reacciones tras la película?
R. Para empezar, muchos de ellos han muerto. Y la película no es un lugar de juicio, vuelvo sobre este matiz. No digo que lo ocurrido no sea atacable, pero yo no intento atacar. Intento comprender. La película es un claro deseo de comprensión. De apaciguamiento. No me han llegado reacciones hostiles. Por el contrario, todos los que han vivido esa época llevan sobre ellos la carga de esta ambivalencia, una forma de culpabilidad por no haber sabido o podido reaccionar tal y como la moral postMetoo nos permite hoy hacer, hablando de manera tranquila, en calma, intentando comprender. Es así como se avanza, no incriminando, no juzgando, sino intentando comprender para transmitir mejor.
Goytisolo, fallecido en 2017, un año después del suicidio de su hijastra (que no llegó a cenar con él, como habían quedado en París), no puede dar su versión. Y el intento de contactar con su antigua pareja marroquí ha sido infructuoso. Fuentes de su entorno en Marraquech, no obstante, confirman el episodio. Quién sabe si hablará de todo ello en el libro inédito que dejó en manos de la Agencia Balcells para que sea publicado 20 años después de su muerte. Hasta 2037, pues.
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