Abrazadísimos los dos

jzboncak

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Costumbrismo Digital por Juan Luis Saldaña
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Soy el idiota en la cena de los idiotas. Es un buen punto de partida. Me dirijo a una cena de hermanamiento entre medios de comunicación y empresarios chinos. Creo que la persona que me ha invitado quiere que sea un cronista, alguien que, como Calístenes con Alejandro Magno, deje por escrito los pormenores de una gran gesta, la épica de una jornada para el recuerdo, de algo, a fin de cuentas, memorable.

Las instrucciones son las siguientes: acudir a un restaurante chino del barrio más poblado de la ciudad y entrar hasta el fondo sin preguntar. Obedezco. Atravieso un gran comedor, veo una pecera con crustáceos inmensos, una mesa reservada para los miembros de la familia con unos cereales de chocolate del Mercadona abiertos en el centro y un oso rosa hecho con Lego falso que me mira desde una estantería. Unos señores chinos me reciben con efusión y entro en el reservado.

Allí está el tipo que me ha invitado y su equipo. Me presenta. Hay un cierto respeto, una timidez inicial de cartón piedra. Dos mesas redondas con manteles rojos y grandes discos giratorios de vidrio, donde la comida va y viene como en la ruleta de la fortuna, nos esperan. Empezamos a cenar. Xinte es el maestro de ceremonias, el anfitrión, el sacerdote de este ritual ancestral que se llama entendimiento y concordia. Xinte nació en Qingtian, como la mayor parte de los chinos que viven en España, y tiene, entre otros, el don de la elocuencia.

Hay dos micrófonos que son dos armas blancas y una megafonía que serviría de sobra para sonorizar un campo de fútbol. Se hace una ronda de discursos. Los representantes de los medios de comunicación se presentan con educación. Los españoles hablan del ser, los chinos, sin alardes, con una naturalidad pasmosa, hablan del tener. Dos tiendas, tres restaurantes, una academia, una autoescuela, un negocio de importación de vino y otro de comida...

Los representantes de los medios de comunicación se presentan con educación. Los españoles hablan del ser, los chinos, sin alardes, con una naturalidad pasmosa, hablan del tener.​


Es evidente que llueve sobre mojado y que esta hermandad tiene algo de historia. En cuanto empezamos a cenar, alguien se pone en pie y grita la palabra mágica ¡Kampei! El significado de este sortilegio es apurar la copa de vino de trago y mostrarla a los demás en un ángulo de cuarenta y cinco grados. Hay botellas de todos los vinos posibles que giran como la ruleta de un casino. No hay agua en la mesa. Por suerte, estoy en la frontera entre las dos culturas y a mi izquierda está Wei, que me dice que no tiene un nombre en español, que no le parece bien cambiarlo. No le pega llamarse Paco. Lo apoyo. Wei hace contrabando de agua en esta cena. He visto su copa. Me consigue una botella.

Frente a mí está Lin que me mira y me dice “tú no Kampei
. Aguanto el marcaje como puedo. Tengo una misión. Al quinto kampei la hermandad es un hecho. Han caído las fronteras y la Gran Muralla China. S.M. intenta encestar una pequeña bola de sésamo en la boca de J.H. Hay otra ronda de discursos. E.S. enseña cómo se hace lo de pillar comida al vuelo y habla del amor en los campanarios. ¡Kampei! Voy un momento al baño y cuando regreso escucho a gran volumen la voz de Sergio Dalma.

Todos están de pie. Abrazados. Abrazadísimos los dos. Los dos mundos, los dos universos, las dos civilizaciones. Suena Alejandro Sanz. Yo quiero regalarte una poesía. Tú piensas que estoy dando las noticias. Estamos a un paso del abismo del karaoke. El principio de la pistola de Chejov dice que si el narrador habla de una pistola, esta pistola debe usarse en la narración. Hay ingredientes. Era evidente. Un kampei más y llega la magia. J.L. y J.Q. cantan Por el amor de esa mujer. R.G. se lanza. Cuando zarpa el amor. Xinte canta un Bésame mucho que es un poema sincrético, ecuménico y dadá. Después interpreta una canción en chino que es un himno y una montaña rusa.

D.A. y A.T. se hacen fuertes con el micrófono. Hacen beatbox y comienza una extraña sesión de baile. M.S. y R.D. deberían entrar en el contrabando de agua, pero aguantan el tirón con profesionalidad. Cuando todo está en ebullición, se improvisa una pista de baile para que G.L. se convierta en una peonza mágica con su maestría en el break dance. Xinte también baila y hasta F.C., el cerebro sensible de toda la operación, se lanza a la pista. Hemos tocado el cielo. Hay bombas de humo que duelen. Dejo atrás a un grupo que jugará al escondite en el restaurante, que practicará la pesca de la langosta -o lo que sea- en pecera y que volverá a casa en un coche de autoescuela. No se puede tener todo. Me voy con Sen en un coche que parece una nave nodriza. Me lleva a mi casa. Fuma un cigarrillo fino y largo. Mira al fondo de la calle y me dice “esa tienda es mía”. Sonríe. Yo pienso “esta ciudad es mía” y también sonrío.

 

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