Abigail Shrier puso patas arriba el mundo editorial hace cuatro años con su ensayo 'Un daño irreversible: la locura transgénero que seduce a nuestras hijas'. Polémico por sus tesis, fue censurado y se retiró de las librerías estadounidenses durante algún tiempo hasta que terminó regresando a las estanterías como «el libro del año». Esta escritora nacida en Maryland (Estados Unidos), excolumnista de 'The Wall Street Journal', acaba de publicar en España su siguiente ensayo 'Mala terapia: por qué los niños no maduran' (Deusto), en el que defiende que para luchar contra la crisis de salud mental en niños y adolescentes no necesitamos más psicólogos, sino menos. Pero Shrier, a través de cientos de entrevistas a profesores, padres, psicólogos y jóvenes, también llega a la conclusión de que estamos ante la generación más chivata de la historia. Lúcida, valiente y vehemente, Shrier argumenta a ABC otras de las muchas –y atrevidas– ideas de 'Mala terapia'. —¿Cómo llega a la conclusión de que la culpa de que estemos criando adultos inmaduros es de los terapeutas?—A partir de la Segunda Guerra Mundial se empezó a expandir el campo de la salud mental y con cada década fuimos duplicando el número de psicólogos con el objetivo de prevenir enfermedades mentales. Pero lo que ocurrió es que dejamos de tratar a los enfermos para empezar a tratar a los sanos. Los colegios están plagados de psicólogos y orientadores que no dejan de preguntar a los estudiantes por sus sentimientos y, sin embargo, más menores que nunca creen que tienen una enfermedad mental, con el agravante de que ni un niño ni tampoco un adolescente tienen la experiencia vital como para pararse y decir: «Vale, un momento. No creo que esta terapia esté funcionando». Estamos sobreprotegiendo, sobrediagnosticando y sobremedicando a nuestros hijos, pero esto no quiere decir que no haya algunos jóvenes que necesiten terapia o pastillas para estabilizarse. Nadie lo está negando. —Dice que estos menores sobreprotegidos también son también los más chivatos de la historia. —Uno de los aspectos más perturbadores de las nuevas generaciones es que se sienten inútiles y no creen que puedan hacer frente a un problema por sí mismos. Ni siquiera a las tareas más básicas como hablar por teléfono con un desconocido o pedir un aumento. Cuando la población de jóvenes no es capaz de confrontar a un amigo o a un compañero de clase y tratar de resolver un conflicto de forma directa, entonces recurren –ocultos tras las herramientas tecnológicas– al chivatazo, se acusan unos a otros, se delatan. En la Secundaria e incluso en la universidad se ha detectado cómo cada vez hay más alumnos que utilizan capturas de pantalla comprometedoras para acusar a un compañero ante un profesor o ante el director de una escuela. En gran medida esto es un efecto secundario del tratamiento excesivo en la terapia, que es altamente debilitante. —¿Los niños sobremedicados serán más propensos a ser drogadictos?—Hay algunos medicamentos que sólo deberían recetarse como ultimísima opción y que son altamente adictivos como los estimulantes para tratar el trastorno de déficit de atención y la hiperactividad, las benzodiazepinas... Pero es que además del riesgo a engancharse, el problema con la introducción de un estimulante es que se elimina la posibilidad de que el niño descubra de lo que es capaz por sí mismo y siempre pensará que si, por ejemplo, se le dan bien las matemáticas, es porque había una pastilla que le ayudaba. El complot del lenguaje «Ya no hay niños tímidos, sino con fobia social. Pero deberíamos decirles lo contrario e insistir en lo fuertes que son»—Las tecnologías tampoco reman a favor del equilibrio de nuestros jóvenes.—Desde luego que no. Hay investigadores como Jonathan Haidt que están relacionando los problemas de salud mental en adolescentes con el uso de las redes sociales . Creo que las pantallas deben desaparecer de las aulas, pero es verdad que no podemos culpar sólo a los móviles de las debilidades que caracterizan a esta generación. Estamos psicopatologizando algunos comportamientos normales de nuestros niños como no saludables. Ya no hay niños tímidos, sino con fobia social, tampoco inquietos, porque todos tienen TDAH. El lenguaje también alimenta esta maquinaria del sobrediagnóstico y la medicación. Deberíamos decirles lo contrario e insistir en lo fuertes que son. —¿Está a favor de la figura del padre-enemigo?—Estoy a favor de la autoridad, de que un padre o una madre le enseñe a su hijo lo que está bien y lo que está mal. Esto no significa que no debamos ser cariñosos con ellos, en absoluto. Pero nuestros niños tienen que tener claro quién está al mando porque les da seguridad. Ahora mismo estamos rodeando a nuestros adolescentes de pedagogos, psicólogos y orientadores, pero no son expertos en paternidad, no conocen realmente a nuestros hijos. No son próximos a ellos. La sociedad moderna es absolutamente paternalista con los padres, condescendiente. —Si no es terapéutico, ¿qué enfoque debería tener la educación?—Debe tener reglas de comportamiento y altas expectativas. Debe tener lecciones de Historia, de Matemáticas, de Literatura...Claro. Pero la educación también debe castigar el mal comportamiento. Una de las cosas más saludables que se puede hacer por un niño que está creciendo es darle tareas, responsabilidades, pero también respetar su independencia y sus tiempos de juego. Dejar que se equivoque. Si sólo preguntamos ¿qué sientes ahora? ¿en qué piensas? o ¿cuál es tu identidad? les estamos dando la receta para la infelicidad. —¿Qué consejo le daría a un padre o a una madre en España? —De entrada, que no siga el ejemplo de Estados Unidos en cuanto a las relaciones familiares, pues los españoles aún seguís teniendo próxima a la familia al completo, cosa que nosotros hemos perdido. Pero lo que sí les diría alto y claro –y no sólo a los españoles es–: «Padres del mundo, dej
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