effie37
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Una década después de haber llegado a los Oscar con Timbuktu, Abderrahmane Sissako (Kiffa, Mauritania, 62 años) vuelve a estrenar largo con Té negro. Si en Timbuktu ilustraba la llegada del yihadismo a Mali, el país en el que el cineasta pasó su niñez y su adolescencia antes de estudiar cine en la URSS, en Té negro se sumerge en amoríos soterrados de cocimiento lento, en su caso entre una chica de Costa de Marfil, que ha huido de una boda en su pueblo natal al descubrir que su novio no la quería, y un comerciante chino, dueño de una boutique de tés, en Cantón (o Guangzhou en su nombre chino), ciudad en la que se ha asentado la protagonista. Puede que no sea el mejor trabajo de Sissako, pero al cineasta le sirve para reflexionar, sin tanta carga política como en filmes precedentes como Bamako (2006) o La vida en la Tierra (1998), sobre una migración que Europa no ve “por culpa del eurocentrismo que se aplica al hablar de muchas situaciones”.
Sissako asoma a la pantalla de la videollamada desde París el pasado lunes 9, donde está de paso —vivió allí varios años— tras haber formado parte del jurado del pasado festival de Venecia, en la que ganó Pedro Almodóvar. “Agradezco a Almodóvar y al cine español que nos hiciera el regalo de su filme, por lo que recibe un León de Oro más que merecido”, apunta con una sonrisa. Más tarde su gesto se irá tensando durante la larga charla por un dolor de espalda que no impedirá su gusto por las respuestas minuciosas y la conversación.
Y así arranca a explicar una historia pocas veces vista en el cine (aunque él ya mostró a un migrante chino enamorado de una africana en Heremakono, en 2001). “Porque el cine proyecta una visión eurocéntrica del mundo. O si quiere, occidental. Europa decidió cómo se tenía que dividir el continente africano tras colonizarlo. Sus criterios se han impuesto, el dinero procede de Europa. Y es un hecho que se está acentuando, a pesar de la voluntad de muchos jóvenes. Europa siempre se mira a sí misma, no mira a los demás, no observa”. Respira y sigue: “No quiere decir en absoluto que Europa sea decadente. Sin embargo, como artista, soy sensible a lo que ocurre a mi alrededor y me temo que incluso de cara a la emigración Europa no abandona su eurocentrismo”.
El área urbana de Cantón —la más poblada de mundo— alcanza los 47 millones de habitantes. Uno de sus distritos recibe el nombre de Chocolate City, porque en ella reside la migración africana subsahariana. “La migración africana a Asia es otro ejemplo de todo lo que no se ve desde Europa. La humanidad nace de los movimientos que provocan los encuentros entre personas de diferentes procedencias. El mundo es amplio, vasto. No ocurren las cosas porque sí”. ¿Y no le preocupa la actual colonización china de África, su adquisición de las fuentes de materias primas? “En Mauritania tenemos un proverbio que dice que aquel que se ahoga se agarra hasta a un cocodrilo. China es nuestro cocodrilo, porque África ahora mismo se está ahogando. Es un continente que ha sido explotado, ya que ningún país occidental ha compartido jamás lo que ha sacado de allí. Hoy Europa sigue apoyando las dictaduras que le convienen. No es sorprendente que en un mundo globalizado como este, donde la economía lo puede todo, China se posicione e intente obtener lo mejor para ella. Ahora bien, seamos lógicos, no hay ningún país que haga esfuerzos por caridad. Ahí es donde África debe ser combativa políticamente para no volver a caer en lo que ocurrió con Europa. Porque si no, dentro de medio siglo estaremos lamentándonos de nuevo. Hay que saber defenderse y no esperar a que haya pasado demasiado tiempo”.
Tampoco es que en China los africanos vivan en un paraíso. Tras la pandemia, emergió un racismo que ya existía previamente soterrado contra los inmigrantes. “Los prejuicios nacen por un desconocimiento del otro, y eso es lo que ocurrió”, explica el cineasta. “No olvides que en China un africano no puede abrir una tienda, mientras que un chino no tiene ningún problema en hacerlo en cualquier país de mi continente”.
El cineasta, que reside en Mauritania, no quiere abandonar la vertiente más política del filme sin una reflexión final: “Europa siempre defiende valores democráticos. Sin embargo, Europa ha apoyado, incluso provocado, guerras en África desde hace décadas, y ha seguido en el siglo XXI, como la que ha destrozado Libia. En cambio, China no ha aportado ninguna guerra. Eso en África es algo que se sabe. No es un rechazo hacia Europa lo que siente África, sino un rechazo hacia la política europea”.
Tampoco las señales que envía Europa con su giro hacia la ultraderecha son optimistas. “Desde luego. Europa hace política de derechas pase lo que pase. Aunque no lo parezca. Estoy absolutamente en contra de la invasión rusa a Ucrania, pero hay una doble vara de medir: ¿qué pasa con la guerra en Gaza, que es un genocidio y nadie levanta el dedo? Quiero dos Estados. Uno en Palestina, otro en Israel. Quiero que vivan en paz. Sin embargo, Europa no hace nada para ayudar. La luz al final del túnel no aparece en nuestro horizonte africano. No hay cosa más horrible que esa expresión de ‘ayuda al desarrollo’. Para desarrollar cinismo puro y duro. No nos engañes, llámalo en realidad ayuda al subdesarrollo”.
En el cine de Sissako es habitual que la protagonista sea mujer, y el cineasta realiza esa elección de manera premeditada. “En esta ocasión quería mostrar su papel en la sociedad. Cuando se habla de la mujer africana se dice que es muy valiente. Para mí, todas las mujeres son valientes y no todas las mujeres son víctimas. Como se escucha en una conversación en Té negro: ‘Los hombres en África son iguales que en China”.
Sobre Té negro se cierne la alargada sombra de Deseando amar (In The Mood for Love). Sissako explica que no se dio cuenta del eco del filme de Wong Kar-Wai hasta las primeras proyecciones. “Me encanta todo el cine de Wong Kar-Wai. Y lo tomo como un cumplido. Pero también te puedo decir que me influyó muchísimo más Ingmar Bergman. Las referencias a veces son conscientes, otras, inconscientes. ¿Hay ecos de Deseando amar? Puede, porque ambas son películas que se desarrollan en Asia y describen una relación amorosa de forma pausada y con silencios, con más desarrollo en el interior que gestos apasionados físicos”.
De París Sissako vuelve a Mauritania, a centrarse en sus dos pasiones: sus dos hijos (ha sido padre tardío) y un terreno de 105 hectáreas plantado con acacias africanas. “Eso es lo que me da la felicidad”, confiesa. ¿Y esa felicidad ha ralentizado su ritmo de trabajo? “Nunca fui un cineasta ansioso, aunque sí regular. Ha pasado una década desde Timbuktu por mi paternidad, pero también porque dirigí una ópera junto a Damon Albarn, por la covid... Y además porque en Té negro esperamos nueve meses a que nos dieran permiso para rodar en China”. Cosa que nunca ocurrió y acabó filmándose en Taiwán. “Y no te engaño, tengo una noción del tiempo muy, muy particular. En realidad, no tengo noción del tiempo. Para mí una película es realmente un compromiso. Como con mis hijos. Ser padre también significa ser responsable. Y tomar decisiones, como inculcarles saber compartir y tener confianza. Los niños acaban teniendo miedo del otro, de lo diferente. Eso no puedes permitirlo. Ah, una cosa más: las acacias. A mis hijos les encantan. Debemos darnos cuenta de que lo único que nos asegura un futuro es proteger la naturaleza. En África y en los países ricos, esos que han destrozado medioambientalmente la Tierra”.
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Sissako asoma a la pantalla de la videollamada desde París el pasado lunes 9, donde está de paso —vivió allí varios años— tras haber formado parte del jurado del pasado festival de Venecia, en la que ganó Pedro Almodóvar. “Agradezco a Almodóvar y al cine español que nos hiciera el regalo de su filme, por lo que recibe un León de Oro más que merecido”, apunta con una sonrisa. Más tarde su gesto se irá tensando durante la larga charla por un dolor de espalda que no impedirá su gusto por las respuestas minuciosas y la conversación.
Y así arranca a explicar una historia pocas veces vista en el cine (aunque él ya mostró a un migrante chino enamorado de una africana en Heremakono, en 2001). “Porque el cine proyecta una visión eurocéntrica del mundo. O si quiere, occidental. Europa decidió cómo se tenía que dividir el continente africano tras colonizarlo. Sus criterios se han impuesto, el dinero procede de Europa. Y es un hecho que se está acentuando, a pesar de la voluntad de muchos jóvenes. Europa siempre se mira a sí misma, no mira a los demás, no observa”. Respira y sigue: “No quiere decir en absoluto que Europa sea decadente. Sin embargo, como artista, soy sensible a lo que ocurre a mi alrededor y me temo que incluso de cara a la emigración Europa no abandona su eurocentrismo”.
El área urbana de Cantón —la más poblada de mundo— alcanza los 47 millones de habitantes. Uno de sus distritos recibe el nombre de Chocolate City, porque en ella reside la migración africana subsahariana. “La migración africana a Asia es otro ejemplo de todo lo que no se ve desde Europa. La humanidad nace de los movimientos que provocan los encuentros entre personas de diferentes procedencias. El mundo es amplio, vasto. No ocurren las cosas porque sí”. ¿Y no le preocupa la actual colonización china de África, su adquisición de las fuentes de materias primas? “En Mauritania tenemos un proverbio que dice que aquel que se ahoga se agarra hasta a un cocodrilo. China es nuestro cocodrilo, porque África ahora mismo se está ahogando. Es un continente que ha sido explotado, ya que ningún país occidental ha compartido jamás lo que ha sacado de allí. Hoy Europa sigue apoyando las dictaduras que le convienen. No es sorprendente que en un mundo globalizado como este, donde la economía lo puede todo, China se posicione e intente obtener lo mejor para ella. Ahora bien, seamos lógicos, no hay ningún país que haga esfuerzos por caridad. Ahí es donde África debe ser combativa políticamente para no volver a caer en lo que ocurrió con Europa. Porque si no, dentro de medio siglo estaremos lamentándonos de nuevo. Hay que saber defenderse y no esperar a que haya pasado demasiado tiempo”.
En Mauritania tenemos un proverbio que dice que aquel que se ahoga se agarra hasta a un cocodrilo. China es nuestro cocodrilo, porque África ahora mismo se está ahogando”
Tampoco es que en China los africanos vivan en un paraíso. Tras la pandemia, emergió un racismo que ya existía previamente soterrado contra los inmigrantes. “Los prejuicios nacen por un desconocimiento del otro, y eso es lo que ocurrió”, explica el cineasta. “No olvides que en China un africano no puede abrir una tienda, mientras que un chino no tiene ningún problema en hacerlo en cualquier país de mi continente”.
El cineasta, que reside en Mauritania, no quiere abandonar la vertiente más política del filme sin una reflexión final: “Europa siempre defiende valores democráticos. Sin embargo, Europa ha apoyado, incluso provocado, guerras en África desde hace décadas, y ha seguido en el siglo XXI, como la que ha destrozado Libia. En cambio, China no ha aportado ninguna guerra. Eso en África es algo que se sabe. No es un rechazo hacia Europa lo que siente África, sino un rechazo hacia la política europea”.
Tampoco las señales que envía Europa con su giro hacia la ultraderecha son optimistas. “Desde luego. Europa hace política de derechas pase lo que pase. Aunque no lo parezca. Estoy absolutamente en contra de la invasión rusa a Ucrania, pero hay una doble vara de medir: ¿qué pasa con la guerra en Gaza, que es un genocidio y nadie levanta el dedo? Quiero dos Estados. Uno en Palestina, otro en Israel. Quiero que vivan en paz. Sin embargo, Europa no hace nada para ayudar. La luz al final del túnel no aparece en nuestro horizonte africano. No hay cosa más horrible que esa expresión de ‘ayuda al desarrollo’. Para desarrollar cinismo puro y duro. No nos engañes, llámalo en realidad ayuda al subdesarrollo”.
En el cine de Sissako es habitual que la protagonista sea mujer, y el cineasta realiza esa elección de manera premeditada. “En esta ocasión quería mostrar su papel en la sociedad. Cuando se habla de la mujer africana se dice que es muy valiente. Para mí, todas las mujeres son valientes y no todas las mujeres son víctimas. Como se escucha en una conversación en Té negro: ‘Los hombres en África son iguales que en China”.
Sobre Té negro se cierne la alargada sombra de Deseando amar (In The Mood for Love). Sissako explica que no se dio cuenta del eco del filme de Wong Kar-Wai hasta las primeras proyecciones. “Me encanta todo el cine de Wong Kar-Wai. Y lo tomo como un cumplido. Pero también te puedo decir que me influyó muchísimo más Ingmar Bergman. Las referencias a veces son conscientes, otras, inconscientes. ¿Hay ecos de Deseando amar? Puede, porque ambas son películas que se desarrollan en Asia y describen una relación amorosa de forma pausada y con silencios, con más desarrollo en el interior que gestos apasionados físicos”.
De París Sissako vuelve a Mauritania, a centrarse en sus dos pasiones: sus dos hijos (ha sido padre tardío) y un terreno de 105 hectáreas plantado con acacias africanas. “Eso es lo que me da la felicidad”, confiesa. ¿Y esa felicidad ha ralentizado su ritmo de trabajo? “Nunca fui un cineasta ansioso, aunque sí regular. Ha pasado una década desde Timbuktu por mi paternidad, pero también porque dirigí una ópera junto a Damon Albarn, por la covid... Y además porque en Té negro esperamos nueve meses a que nos dieran permiso para rodar en China”. Cosa que nunca ocurrió y acabó filmándose en Taiwán. “Y no te engaño, tengo una noción del tiempo muy, muy particular. En realidad, no tengo noción del tiempo. Para mí una película es realmente un compromiso. Como con mis hijos. Ser padre también significa ser responsable. Y tomar decisiones, como inculcarles saber compartir y tener confianza. Los niños acaban teniendo miedo del otro, de lo diferente. Eso no puedes permitirlo. Ah, una cosa más: las acacias. A mis hijos les encantan. Debemos darnos cuenta de que lo único que nos asegura un futuro es proteger la naturaleza. En África y en los países ricos, esos que han destrozado medioambientalmente la Tierra”.
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