Abandono y unos estudiantes en guerra: la decadencia del Conservatorio Nacional de Música

Adaline_Stark

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Katia Lara muestra el lugar exacto donde una gran gotera golpea cuando llueve el escenario de la sala principal de conciertos del Conservatorio Nacional de Música. La sala, que la joven de 22 años dice que tiene una de las mejores acústicas del país, luce a oscuras, los instrumentos en silencio, como dormidos, mientras Lara y un grupo de estudiantes repasan el mal estado de lugar: a las goteras se suma el abandono en general del establecimiento, con techos agrietados, el enorme órgano en triste deterioro, con tubos que no suenan, mientras que las fisuras se abren paso por las paredes. “Qué triste”, dice Lara entre los atriles sin partituras, al ver el lamentable estado de una estructura construida para brillar con lo mejor de la música en México. Los estudiantes mantienen el Conservatorio cerrado, en cuatro semanas de protestas por el deterioro de la infraestructura y lo que llaman precariedad de la enseñanza, y han reclamado la renuncia de su directora, la pianista Silvia Navarrete, a quien han acusado de mala administración y hasta corrupción. Navarrete presentó el jueves su dimisión debido a las presiones de los estudiantes: “Estoy muy vulnerable, estoy dolida”, ha afirmado a EL PAÍS.

Katia Vargas, vocal la sociedad estudiantil y licenciada en violín, dentro del deteriorado auditorio Silvestre Revueltas.

Los estudiantes han aumentado en los últimos días las presiones contra las autoridades. Exigen una respuesta de la nueva secretaria de Cultura, Claudia Curiel. Mantienen tomada la dirección del centro y han dormido en sus instalaciones, a espera de que se dé una negociación sobre más de 60 puntos que exigen sean tomados en cuenta por las autoridades. La tarde de lunes organizaron una nueva asamblea para discutir los pasos a seguir.

Navarrete acepta las malas condiciones en las que los chicos reciben clases, el atraso que hay en los métodos de enseñanza y las dificultades financieras por las que atraviesa el centro debido a los recortes de presupuestos que han afectado a gran parte de las instituciones culturales del país. Ella asumió el cargo hace dos años, como directora interina, tras la salida del anterior director bajo un escándalo de acosos de parte de estudiantes. Afirma que ha intentado hacer lo mejor posible su trabajo, pero la falta de recursos le ha atado las manos. Son más de 20.000 metros cuadrados de una infraestructura que grita reparaciones y ella dice que se ha movilizado por conseguir fondos. “Hay 17.000 metros de jardín y no tengo ni jardinero”, se desahoga Navarrete.

Una de sus iniciativas fue crear una fundación de amigos del Conservatorio para conseguir financiamiento privado para lograr mejoras en esa institución, incluida la donación de instrumentos musicales nuevos. Los estudiantes desconfían del proyecto que, dicen, busca privatizar ese centro de estudios y acusaron a su directora de corrupción en el manejo de los fondos. “No sabemos bien las reglas de cómo funciona esta fundación, no se nos consultó sobre ella”, afirma Lara. La joven dice que ese fue el detonante para tomar la dirección del centro. Les molesta incluso que se vayan a poner placas de mecenas en las instalaciones de la institución al lado de nombres como el gran compositor Silvestre Revueltas, icono de este centro de estudios. “No sabemos a dónde se va el dinero, no hay ningún acto de transparencia para con nosotros”, dice la estudiante.

Estudiantes se organizan y realizan pancartas dentro de la instalaciones del Conservatorio, durante el paro de labores, el 23 de octubre.

Navarrete explica que lo ha hecho todo con transparencia y que ha buscado a empresarios y gente de renombre para que apoyen desde la iniciativa privada, pero estas personas le han expresado el descontento por lo sucedido y ponen en duda los apoyos. “El conjunto de filántropos, Fundación Amigos del Conservatorio, se creó para buscar ayudas, porque son mil cosas las que hay que atender. Este grupo se crea con personas de solvencia moral y económica impresionantes, entre ellos el embajador Sergio Ley, presidente del Área Asia-Pacífico del consejo de empresarios. Él accedió a ayudar y había conseguido 15 pianos, pero está muy molesto y dijo que no quiere saber nada más. Son personas que realmente quieren ayudar para subsanar ese gran problema de falta de recursos económicos, un pozo sin fondos”, explica Navarrete. Reparar el gran órgano de la principal sala de conciertos, que yace como un enorme animal herido, costaría más de un millón de pesos y comprar uno nuevo, más de 30 millones, cuenta. “Me acusan de quererme beneficiar de esta fundación. Me han atacado desde mi formación profesional y pregunto: ¿Qué hice mal? No hay fundamento en las acusaciones. Me han dejado en un estado de indefensa terrible”, afirma Navarrete. “No puedo permitir que me sigan atacando”, acota la pianista. “Espero que a las nuevas autoridades les vaya bien”, finaliza.

El enorme complejo del Conservatorio sufre los estragos que deja el abandono. Es un hermoso edificio con jardines interiores y salas de concierto donde decenas de grandes músicos de México han estudiado. El paso del tiempo, los terremotos de una ciudad sísmica, la dejadez oficial y el tijeretazo a los presupuestos le han pasado la factura, como la vejez a un cuerpo en descuido. En el área de enseñanza para niños las aulas están partidas por enormes grietas que dejó el último gran terremoto que sacudió la capital, en 2017. Las autoridades han invertido fondos federales para mejorar una de las alas del centro, pero debido a la enormidad de la infraestructura, el dinero no llega, dice Navarrete.

Grietas causadas por el sismo de 2017 en los salones para infantes del conservatorio.

Los estudiantes han cerrado con su propio candado las puertas de ingreso al centro. Duermen en una de las salas de conciertos, donde han desplegado mantas y almohadas y han organizado rondas de “guardia”. El día que EL PAÍS visitó el Conservatorio, Lara había echado una cabeza a las 6:30 de la mañana, después de cumplir con su turno nocturno, y estaba lista para ir a su casa a ducharse y cambiarse. Ella es originaria de Zacatecas y dice que se interesó por el violín después de asistir a un concierto de música. Un maestro la alentó a viajar a la ciudad y hacer el difícil examen de ingreso en el conservatorio. Una de las exigencias de los estudiantes es que las autoridades bajen las cuotas de inscripción, de unos 2.500 pesos anuales. Muchos de ellos son de bajos recursos y vienen de otros Estados del país o zonas alejadas de los barrios centrales de la capital, como Polanco, donde está localizado el Conservatorio.

Es el caso de Alexis Martínez, de 28 años y estudiante de piano. Martínez es el presidente de la sociedad estudiantil y se mueve entre sus compañeros con la autoridad que le da su cargo. Es un chico risueño, que canta mientras camina enseñando los estragos que el abandono ha causado en el centro. Dice que él tiene que trasladarse todos los días durante más de una hora para llegar desde su casa a su lugar de estudios y reclama que “no contar con los medios suficientes de apoyo complica la vida estudiantil”. No solo se trata de los pagos de inscripciones o que se den prórrogas a quienes no han podido pagarlos, dice Martínez, sino de actualizar los planes de estudio rezagados desde 2016 o adquirir nuevos instrumentos musicales. También acusa de “violencia psicológica” a algunos maestros y presiones excesivas a los estudiantes. “Queremos llegar a un acuerdo serio”, dice este joven que junto a sus compañeros ha cumplido cuatro semanas acampando en las salas del Conservatorio.

Julio Linares, vocal de cuerdas, guarda su chelo dentro de una sala tomada por los estudiantes del Conservatorio.

Su compañero Carlos Galicia, por su lado, acusa la falta de personal, como es el caso de la Licenciatura en Educación Musical que, dice, tienen un solo maestro para 10 materias. “El paro surge por un cúmulo de necesidades que a lo largo de estos dos años hemos venido reclamando y que no han tenido respuesta”, afirma Galicia. Hace falta hasta personal para el manejo de los archivos y la biblioteca del centro, explica por su parte Rita Rosales, estudiante de una maestría en el Conservatorio. Ella dice que los archivos, que resguardan el manuscrito original del himno de México, están en tal abandono que muchas obras originales han desaparecido. Las consultas para hacer trabajos de investigación son una pesadilla, argumenta, porque los tomos no están catalogados y es difícil hallar títulos y documentos en esa avalancha de información.

Estudiantes de otras entidades, como la Escuela Superior de Música, también exigen mejoras en la infraestructura y en los métodos de enseñanza. Mientras los estudiantes del Conservatorio esperan una respuesta de las autoridades tras la renuncia de Navarrete y mantienen la toma de la institución, su protesta ha dejado en evidencia como la dejadez oficial y los recortes a los presupuestos han dañado al sistema de enseñanza de música en México, una herida que sangra y que, según uno de los estudiantes, las autoridades han querido sanar con “curitas”. “Estoy que me carga la hostia”, dice indignada Rita Rosales. A su lado, sus compañeros asienten entre los instrumentos de música en silencio, como dormidos.

La maestrante Ritta Rosales fuera del archivo histórico del Conservatorio Nacional.

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