‘20.000 especies de abejas’: excelente Patricia López Arnaiz. ¿Y qué más?

Cristian_Bednar

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Existen numerosas películas en las que los niños se apoderan del argumento, centran el máximo interés del espectador, te remueven, encuentran un lugar duradero en la memoria. Porque los identificas con el desvalimiento, con escasas fuerzas o conocimientos para soportar las desventuras de su existencia. Qué pena dan las criaturas insomnes, amenazadas, incomprendidas, sufrientes sin haber hecho nada para merecer castigo. Y cada uno tenemos nuestros favoritos. Siempre tendré maravillado recuerdo del niño salvaje que retrató Truffaut, de la cría sureña cuyo padre se llamaba Atticus Finch y que sabía que no hay que matar a los ruiseñores, de los huérfanos que huían de un predicador asesino y diabólico en La noche del cazador, de Ana y su amigo monstruo en El espíritu de la colmena. Todos ellos lo pasaron mal, pero también encontraron ángeles protectores.

En 20.000 especies de abejas, dirigida por Estibaliz Urresola, también existe una personita de ocho años que sufre intensamente. No la persigue el diablo, sus padres y hermanos la tratan con ternura y amor. ¿Y cuál es el problema? Pues Aitor, que así se llama, no soporta que la identifiquen con ese nombre, ya que se siente niña, y ha decidido que todos la reconozcan por el de Lucía. Esa crisis de identidad estallará en el viaje que hace con su madre y hermanos para visitar a la familia materna en un pueblo vasco. La angustia de este ser torturado recibe tanta comprensión de la mujer que la parió como desconcierto en las personas de su entorno, que se dedica al cultivo de abejas. La madre, que sabe que el divorcio de su marido está cercano, recobra su pasión por la escultura y ejerce de continuo paño de lágrimas con ese ser que no acepta el género con al que la destinó la naturaleza.

No tengo nada en contra de los argumentos de moda, que gozan de la bendición cultural, mediática y política, a condición de que estas historias estén contadas con arte, me seduzcan y me conmuevan. No me ocurre nada de eso con 20.000 especies de abejas. Comprendo y lamento el sufrimiento de la protagonista, deseo que Lucía sea aceptada y querida, pero no logro implicarme en su drama. Consulto el reloj en más de una ocasión, la historia se me hace muy larga y en algunos momentos me asalta el aburrimiento. La promocionan con el aval de que la cría Sofía Otero ganó en el último festival de Berlín el premio a la mejor interpretación protagonista. No estuve allí; sospecho que el galardón fue excesivo, aunque muy adecuado al signo de los tiempos.

¿Y qué mantiene mi interés en película tan bienintencionada como monótona? Pues una actriz que nunca falla llamada Patricia López Arnaiz. Nunca irradia demasiada simpatía, pero hace creíbles a todos los personajes que interpreta. Posee desgarro íntimo, su gestualidad, su mirada y su voz transmiten variadas sensaciones. No permite que te desentiendas de los personajes que interpreta. Su intensidad dramática y su calidad son evidentes. Sin embargo, también me gustaría observarla interpretando una comedia, una buena comedia, ya que siempre la asocio con el drama o la tragedia.

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