'La Materia' de Alondra Bentley, cuando la vida es más que física

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¿Quería Alondra engañarnos? La belleza es un hábito con muchas posibilidades y en este, su primer disco en castellano, La materia, editado por Sonido Muchacho lo demuestra. Desde el tecnopop acuoso de La corriente tiene algo de Rosario Blefari y una pizca del clásico A Flock Of Seagulls , una cascada de mercurio descendente, entre La Mode y Oviformia. La caja de ritmo hipnótica de Realismo mágico nos entrega palmas y la mirada de medusa de Annie Lennox, caminando sobre cristales, lluvia alcalina que emociona cualquier corazón sintético. Sake en la península, un estribillo perfecto, Zaho de Sagazan, entre Carl Sagan y Franco Battiato.

Para llegar a La materia, cuando lo orgánico hace su aparición, en la mirada de La Bien Querida y Jeanette, guitarras de periferia, mientras sus cuerdas avanzan, sintetizan la rumba como una definición del universo. ¿Sabes, Alondra, en realidad todo lo que nos rodea es, básicamente, espacio vacío? La distancia entre los núcleos de los átomos en monstruosa. Todo es una ilusión, quedarse o Marchar. Acordes hipnóticos de acústicas. Es casi cósmico. Es Joni Mitchell burlándose de Renaldo, de su maquillaje, del atardecer en Mojave o Monegros. La mina donde se acumulan las almas de los que se han marchado. Mira el órgano que te firmaría Mick Harvey en Siendo yo, con la guitarra lorquiana, pobre Nancy, sin sus botas, se las llevo la mujer de ámbar, Anita Lane. Algunas mañanas de terciopelo que te acompañan, bestia y amanecer. Es el momento de la percusión psicobilly, el piano honk tonk, sí, el hammond, vuelvo al órgano. Exultante le doy la vuelta al LP.

Se esconde el sol, pero no se apaga, cajones, piedras y ecos. Una música diferente, camino de una luna especial, es roja y recoge naranjas para que los niños no pasen hambre. Llegará la lluvia y sustituirá a las lágrimas. Herida andante, folk entre Vainica Doble, con batería y sintetizadores, la Rosenvinge que busca sus peores semillas en la línea que separa a Kim Gordon de María Arnal. Son todos los pájaros aspirantes a miembros de la banda. El tratamiento de las voces, dobladas como en un eco que ahuyenta la soledad, es uno de los aciertos del disco, bajo el crujido de los sintetizadores cósmicos y burbujeantes. Estamos en Ya no quiero nada, donde, de pronto, se encienden las luces del Tropicalismo, como una Gal Costa que se deja seducir por el ácido recuerdo de un higo chumbo (vuelvo, claro, a Gloria y Carmen). En El amor has de elegir tenemos la multiplicidad mutante de percusiones sacadas de Les conches velasques, como un personaje del rodaje del último sueño de Lana del Rey.

Y, tras un final abrupto, volvemos a los arpegios sencillos, Fugaz, pero eterno, en la playa de Gros, cerca de los xilófonos de Teresa Iturrioz, me dejo llevar hasta el final, con Bosque ancestral, donde el infinito se abre, nos dejamos devorar, en un océano de turbia felicidad convocado a medias por Elizabeth Fraser y Lisa Gerrard.

Nada de lo que habías escuchado antes, ni de Alondra ni de otras artistas españolas, se puede comparar con esta lucidez. No es ampuloso, es grandiosidad. Candidato eterno a disco del año para Motel Margot. Magnífico.

 

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